Increíble, pero cierto. En un inimaginable acto de crueldad, Aniceto Huchacerdín, liberado por el Sindicato de Jemeres Rojos del Ministerio de Ganchillo, se ha negado a ingresar en su antiguo cajero los seiscientos euros que le tocaba este mes. Aunque ha alegado insolvencia y un montón de excusas más, nadie se las cree.
La cosa viene de hace un año, día más, día menos, de cuando el susodicho funcionario decidió abandonar su banco de toda la vida, y cambiarse a una sucursal mucho más cercana al bar donde toma su café de once a una. Tras un complicado proceso de divorcio, el juez dictaminó que tendría que ingresar una cantidad de dinero al mes en el cajero de la antigua sucursal. Pese a que don Aniceto recurrió la sentencia, alegando que la máquina le había engañado, y había dado dinero, a sus espaldas, a miles de clientes más, el Tribunal Supremo mantuvo la sentencia, sin alterar una sola coma.
Nadie se esperaba este súbito abandono. Según palabras de uno de los empleados del banco, don Aniceto nunca había faltado a sus obligaciones. Aunque venía con muy mala cara, y se pasaba los billetes por sus partes nobles antes de entregarlos, el funcionario siempre había cumplido con sus obligaciones ciudadanas.
Las autoridades confían en que no será necesario el uso de la violencia física para que el funcionario recapacite. Si no, argumenta el Director General de Protección de Cajeros, don Contraseño Extracto, el ejemplo de ese desalmado puede cundir, y hundir el sistema de protección social de este país.
Esperemos que la sangre no llegue al río.
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